Mario Pérez Antolín

Mario Pérez Antolín

Prólogo de De nadie. Juan Carlos Mestre.

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  • Todo poema se construye contra la posesión de un solo significado, se niega a significar en un único ámbito, a ceder su pertenencia a un exclusivo  acto de conciencia. De nadie es, a nada pertenece que no sea a su propia y dinámica desobediencia, a su anhelante desafío de metamorfosis en la necesidad de otro, de lo otro, el huésped moral que lo acoge como habla de una voz sin boca, de una indeterminada dicción que sin embargo se hace irremplazable en la necesidad de lo vital. Y esa es la incógnita del nacer,  cuanto llamamos misterio cuando sucede.

    Desde ese desafío también ha escrito su obra Mario Pérez Antolín, un poeta literalmente singular, una voz bienaventurada entre aquellas que han hecho de la conducta de su lenguaje una manera de estar en el mundo, en los diálogos con la dignidad, en coloquio con la honradez, con mucho más que pasión por la escritura, con la vehemente inteligencia del que se entrega a lo absoluto de las revelaciones poéticas de la realidad, acaso la más enigmática de las actitudes con la que una persona puede relacionarse con las zonas invisibles del mundo.

    Hablo de una ética que implica al otro no ya  como a un semejante o un igual, sino el que se traduce en otro distinto de él, y lo habita, y se considera parte constitutiva de él mismo. Una capacidad que viene del negativismo de Keats, del anhelo romántico del ruiseñor inglés enfrentado a la duración del canto más allá de los expectros y la cifra de la muerte. De ese diálogo, de ese paralelo sigilo en el estar, vigilante en la entidad de lo íntimo y en la exterioridad de las cosas, nace la poesía de Mario Pérez Antolín, una poética integradora de todas las variantes del pensamiento hetrerodoxo, de todos los diálogos abiertos por la modernidad, de todas las voces que concurren desde la periferia y el margen a la gran asamblea pasoliniana de los herejes. Herejía sin propósito de enmienda, una ampliación del horizonte de los significados críticos del porveir que el poeta castellano lleva hasta el límite, allí donde la historia social deja paso a la vida política del poema, es decir a sus mecanismos invisibles de desconstrucción, a su presencia testamentaria, a su ennoblecimiento súbito de la esperanza ante el sufrimiento y la época ominosa de la penuria. Poesía entonces de lo que aún es posible en el ámbito del pensamiento y que deviene en construcción de la utopía, del todavía es posible de la verdad. De nadie, de nadie que no sea el ser futuro, y la memoria del antepasado, son estos poemas sin erosión en su valor profético sobre el presente humano.

    ¿Cuál es el voltaje de un estremecimiento? Se pregunta el hablante, y la respuesta, que no indaga otro territorio que no sea el de dar continuidad al nacimiento de otra pregunta, nos enfrenta al tema ante el que todas las dicciones permanecen mudas, la muerte. La muerte, su clave oscura, el oxígeno escaso de la nieves perpétuas, para decirlo en la paráfrasis de su propio ascenso a las cimas del habla. Mario Pérez Antolín es un poeta conmovedor, un oficiante de la ritualidad sagrada de las intersecciones, un lúcido vidente con las manos manchadas del blanco en la sal de la ofrenda, de la cal y la harina,  del mar que palpan los ciegos bajo el más antiguo sol de la noche. Sus poemas conmueven porque están habitados por el habla dúctil de lo sensible, la luz que se esparce sobre los campos de hielo y de ardimiento de la peripecia humana.

    Después nada volverá a ser igual, salvo que en un trozo de ti germine un trozo de mí, escribe Mario, y ese es el suceso derivativo de su poética, el acontecimiento de su voz desordenando lo previsible, la forma en que la poesía vulnera, quebranta y se rebela contra el lugar común de lo consetudinario, una insubordinación de sentidos, un nuevo oponerse a la normatividad de las gramáticas de dominación y que aparezcan, libres y gozosas, sobre el horizonte del territorio de las ensoñaciones las manos del pastor, la oropéndola de Juan de Yepes, la sonrisa de Dios.

    Hay una casa en este libro. Una casa que es de nadie, que es de todos los que son lo anónimo, para que tú, conocido frecuentador de la nada, la habites. En ella hallan sitio los olvidados y descubren forma moral los sueños pendientes de ser soñados, la integridad del ser hacia la articulación de su más honesto destino en el tiempo, el elogio de la dignidad, la compasión ante las criaturas, la responsabilidad ante la condición innegociable de la víctima, el acogimiento, la voluntad de resistencia al daño, el repudio a la usura y las abstracciones de la codicia. De nadie, ni tuya, ni mía, la propiedad de aquello que ante la intemperie consuela y contra el mal encuentra la razón de lo que salva.

    Cuento contigo para que cuentes conmigo, he ahí la alianza y la virtud del cómplice, del lector que se integra como parte configurante de este poemario, como inexcusable presencia de lo otro en la necesidad significante. Ese es también el hallazgo de Mario Pérez Antolín, la residencia en la casa soberana del aire, el pájaro solitario que a su sola libertad pertenece. Soledad entre las multitudes, espejo sin reflejo de una sombra enamorada de otra sombra. La extrema delicadeza de aquellos que llevan maleta cuando suben al tren, aunque esté vacía; de los que saludan [...] aunque no les conteste nadie [...] de los que se niegan a claudicar; la radical belleza de Marío Pérez Antolín, la transgresora por hermosa voluntad de su radiante conciencia crítica, la de aquellos que ya solo acostumbrados a la inutilidad de lo más importante, hacen del poeta uno de los nuestros en la irrefutable apuesta por la repoblación espiritual del canto y su humana interlocución con lo sagrado. Voz del testigo y del que, copartícipe en la gran tarea solar de la poesía de Mario Pérez Antolín, ya en el territorio liberado para el lector de lo bello y lo justo, ya en la incógnita de su nacer, ese en la inocencia, aquella en la fraternidad, no duda en ser uno, otro de los suyos.

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