Mario Pérez Antolín

Mario Pérez Antolín

Fragmento de Crudeza

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  • La esperanza es como ese cartucho de fogueo que ponen en uno de los rifles del pelotón de fusilamiento para que algún soldado tenga la remota posibilidad de no haber contribuido, con su disparo, a la muerte del ajusticiado. La esperanza es una incógnita que nos deja suponer que tal vez merezcamos la esquiva salvación, la precaria incertidumbre de los ilusos.

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    Era práctica habitual entre los piratas ofrecer a las ciudades que tomaban la alternativa del tributo de quema. Pagando una cantidad establecida, los maltratados moradores, al menos, conseguían evitar el incendio de sus casas y edificios. Algo parecido sucede ahora con algunos países víctimas del endeudamiento. Si aceptan, como mínimo, seguir abonando los intereses y empobreciendo a la mayor parte de sus ciudadanos, eluden la quiebra y la ruina total que los mercados amenazan con provocar.

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    Hojas lobuladas, que parecen de cuero, sobre briznas de hierba, que parecen, por el rocío, los filamentos de una pradera submarina, frente a cantos de granito, que parecen huevos de dinosaurio, en un valle, que parece una bañera inmensa, a los pies de una montaña, esta sí, incomparable a nada.

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    Nadie debería disfrutar de tanta abundancia; y, sin embargo, quienes en ella viven, no solo la gozan, sino que, además, los muy ilusos creen que se la merecen.

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    Adquiere la condición de clásico algo o alguien que deja de pertenecer a su tiempo para pertenecer al tiempo.

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    Me identifico con las cosas que carecen de objeto y con los hombres que no tienen propósito y con los transeúntes sin destino y con los seres que perdieron su función y con aquellos que han hecho de la inercia su no-finalidad.

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    Antes que la gloria matando enemigos, prefiero el ostracismo apacentando ganados. Antes que la riqueza engañando a los incautos, prefiero desollarme las manos fregando suelos. Antes que lo mucho a cualquier precio, prefiero lo poco a ningún precio.

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    Una tromba de cascabeles tintinea en el estómago de un toro que apenas se atreve a salir de su prado porque no confía en estos intrusos con mandiles blancos, capaces de seccionar los genitales como si fueran un trozo de bizcocho seco.

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    Se me queda rezagado el esqueleto y se me adelanta la sombra. En medio quedo yo como un pétalo seco aplastado por dos hojas de papel impreso.

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    Se considera un fracaso pasar por la vida sin conseguir algo: un buen trabajo, un título académico, una familia adorable; cualquier cosa, lo que sea. Incluso completar un puzle o ver una ópera. Sin embargo, para mí, alcanzar un objetivo, por insignificante que parezca, supone una interrupción inadecuada en el devenir puro de la continuidad constante. Los dioses no necesitan cumplir nada porque nacieron completos.

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    Algo me dice que llegará un día en que nos comunicaremos con los animales y que resultará bastante normal mantener una conversación, por ejemplo, con tu perro después de la cena. Hasta que tal cosa ocurra, me conformo con mirarlos a los ojos y, sin palabras, entablar un intuitivo intercambio de reproches que a mí me haga más afable y a ellos, menos complacientes.

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    Me ataron de pies y manos y, como si eso no bastara, pusieron un trapo dentro de mi boca y cinta adhesiva sobre mis labios. Se fueron y me dejaron solo. Tenía la misma sensación que tiene la palmera rodeada de desierto. Cuando el más joven de ellos vino a supervisar el secuestro, yo había desaparecido ya. En mi lugar encontró un grano de arena y un dátil.

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    Si buscas la soledad genuina, no vayas al campo; allí los escasos habitantes que te encuentres rápido querrán saber de ti cualquier pormenor. Lo mejor es que te dirijas a un apartamento del edificio más concurrido del barrio más atestado de la urbe más masificada; allí no solo no le importarás a nadie, sino que tus vecinos te harán sentir, cada vez que te saluden en el rellano de la escalera, como una presencia inexistente.

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    ¿Qué otra cosa es el lujo sino una intimidación sofisticada y simbólica de preeminencia social? El yate de cuarenta metros de eslora en un puerto exclusivo apabulla a los veraneantes de playa y sombrilla más de lo que puede hacerlo un escuadrón de antidisturbios a un puñado de manifestantes soliviantados que reivindican una subida salarial.

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    Quítale a un árbol las ramas, a un pájaro las alas, a una mano los dedos, a una estrella fugaz la estela, y tendrás un trozo de materia, compacto y uniforme, incapaz de entrelazarse con el aire.

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    Consumo compulsivo, satisfacción inmediata y puerilidad generalizada: los tres rasgos sobresalientes de una sociedad informe, desarticulada y completamente feliz.

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    Me conformo con dar la bienvenida a los mariscadores que desentierran gránulos de desilusión en los arenales que unen la costa iluminada con la planicie yerta. Distingo entre ellos a una mujer capaz de hundir su brazo, en los respiraderos de los cangrejos insaciables, para atrapar el sustento que le permita seguir trabajando mientras la marea sube indiferente a las penurias de los que malviven.

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    La muerte no es el principio de nada ni el fin de nada. Con ella no comienza algo ni termina algo. Eso a lo que llamamos muerte por resumir enlaza, por delante y por detrás, con sendos puntos suspensivos.

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    Dios me libre de un seguidor. No creo que lo haya hecho tan mal como para merecer que otro alargue unas ideas que concebí con la esperanza de que jamás me sobrevivieran.

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    Un pato de goma, un oso de peluche, una muñeca de trapo y un caballo de madera: presencias imperturbables que quieren ser alguien sin dejar de ser algo.

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    A alguien que aspire a derribar todos los convencionalismos no le pidas que, además, sea tratable. Eso sería como pretender que un rinoceronte descomunal realice, encima, movimientos gráciles.

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    ¿Desde qué piso te matas si te tiras para suicidarte? Debe de ser el sexto. De estas cosas hay que asegurarse: por debajo, quizá solo consigas heridas y magulladuras, y por encima, singularmente cuando eliges las azoteas, nadie te garantiza que no salgas volando en dirección al vacío que nos aplasta desde arriba.

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    Esta manera de tenerte tan cerca y, aun así, no intuir la gasa negra que se interpone entre nosotros. Esta forma que tienes de aproximarte a mí sin que tu cuerpo pierda calor y sin que el mío lo gane. Cualquier movimiento que impida una separación para la que no estamos preparados. Algo que nos junte, aunque jamás lleguemos a tocarnos.

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    Hay poemas indescifrables, cuyo sentido tiene que continuar oculto. Son como esas tumbas de la antigüedad que, solo mientras permanecen selladas y a oscuras, conservan en todo su esplendor las pinturas murales.

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    Siempre he admirado a aquellas madres que por cuidar a un hijo enfermo son capaces de dejar un trabajo bien remunerado y con el que disfrutan. En cambio, los engreídos que rompen con sus familias para entregarse plenamente a asuntos de supuesta mayor relevancia me resultan antipáticos y en nada merecedores de la consideración histórica que, a veces, tienen. Para mí, la gloria que necesitó sacrificios en los afectos parentales, lejos de agigantarse, reduce su tamaño.

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    Nadie quiere las sobras en la plenitud de la vida, pero nos conformaríamos con las sobras de las sobras cuando llegue nuestro epílogo.

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    Qué pena me dan los infelices que rabian por mi felicidad.

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    En las luchas internas, la derecha se da puñaladas silenciosas y la izquierda, mamporros sonoros.

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    Algunos sacan conclusiones con demasiada rapidez: que nieva, pues ha de ser invierno; que lo pone en un libro, pues ha de ser cierto; que llora, pues ha de estar triste. Y ocurre que, en ocasiones, nieva en primavera y los libros mienten y se llora de alegría. Por tanto, no conviene apresurarse a la hora de dictaminar la certeza de algo. La constatación precisa de vías directas. Incluso cuando parece que con aproximarse es suficiente para no errar, no sobra otro elemento probatorio por si acaso.

    *

    No me creo merecedor aún de que pongan mi nombre a una calle; pero, si alguna vez me distinguieran con tal honor, espero que escojan una sin hoteles suntuosos, sin edificios de oficinas, sin anchas aceras, sin mucho tráfico. Me conformo con que tenga un cine de barrio y una biblioteca pequeña. Me conformo con que comience en una parcela con chabolas y que termine en un cementerio olvidado. Sería hermoso, además, si en ella los jóvenes aprendieran a besarse.

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    La luz de los faros del automóvil acribillada en la noche por las gotas de lluvia. Quince quilómetros más allá, un obstáculo imprevisto en la calzada que me corta el paso y que no puedo esquivar. Quince minutos después, mi cuerpo semideshecho sobre una camilla aséptica y fría. Un quince por ciento de posibilidades de salir vivo de esta operación. Por muy poco casi celebramos nuestro decimoquinto aniversario con un regalo que también se destrozó en el accidente, como nuestras expectativas.

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    Cuando algo se generaliza, deja de ser locura. La más estrambótica actuación queda normalizada al convertirse en corriente y del dominio público. Los locos siempre son un pequeño grupo que no encaja dentro de un gran grupo que no admite nunca sus desvaríos.

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    ¿Por qué nos quedamos a mitad de camino? Ni la inmortalidad de los dioses ni la muerte ignorada de las bestias. ¡Qué gran desgracia para nosotros conocer el secreto de nuestra propia temporalidad!

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    El trabajo ya no consigue plantar cara al capital. La extraterritorialidad y la inmaterialidad de este lo han liberado de las presiones laborales. Llegó el momento de sustituir las huelgas de producción por las huelgas de consumo. Hoy solo el que compra puede hacer frente al que acumula.

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    Consigo dominar cuando yo no entro en los cálculos de los otros y, en cambio, ellos sí entran en los míos.

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    Hemos dejado de implicarnos en lo público por mostrarnos públicamente. De la lucha hombro con hombro a la exhibición pantalla con pantalla.

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    El miedo a caer en la pobreza, dentro del modelo actual de incertidumbre económica generalizada, mantiene a raya a los trabajadores mejor que las costosas estructuras coercitivas. El panóptico disciplinario queda sustituido por el terror psicológico. El grado de acatamiento aumenta, paradójicamente, con la flexibilidad. Nos quieren moldeables a conveniencia y siempre en la cuerda floja.

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    Cada vez aumenta más el presupuesto para levantar muros que nos separen de los inmigrantes y para tender cables de fibra óptica que nos acerquen a los centros de negocios.

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    Este desequilibrio me incomoda: el sujeto más rastrero puede perturbar fácilmente al sabio más benévolo; por el contrario, cuidado lo que cuesta que un rufián aprenda algo de un santo.

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    Esta especie de poema sin rima ni versos ni poesía se lo dedico a todos aquellos que han visto al amor de su vida entre la multitud que sale del vagón del metro y, antes de perderlo de vista, consiguieron en tres largos segundos imaginar una vida juntos con sus viajes y sus fiestas y sus caricias y sus decepciones y sus crisis de pareja y sus reconciliaciones y hasta sus adioses más o menos definitivos. Para ellos, porque no necesitaron poner en práctica durante años lo que en un suspiro cabe

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    Trascendencia, descendencia y relevancia: las tres formas que tiene el hombre de conjurar a la muerte. Ninguna de ellas sirve para mucho más que para mitigar una desazón autodestructiva.

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    En abril se impone la dramaturgia más desquiciada y la postura erótica que practican los minusválidos. Justo en este mes, cuando conviene morir si hay que morir, los pasteles de chocolate amargan como la decepción de un amante transitorio. El calor engaña porque no es completo; el verdor se intensifica, aunque por poco tiempo; y las tormentas descargan agua como podrían descargar languidez. Me pasará lo peor sin que esté preparado un luminoso día de abril mientras la cruel felicidad reine en el ambiente.

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    Al principio, el jefe de la horda encabezaba el ataque: las guerras eran cortas. Después, el noble se mantenía a una prudente distancia mientras las mesnadas combatían: las guerras se alargaron. Ahora, el Estado Mayor del Ejército ni siquiera pisa el terreno: las guerras son interminables.

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    El confesionario era el lugar de nuestros secretos. Ahora lo es el buscador de internet.

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    Me han sacado una muela sin dolor y soy el hombre más feliz de la Tierra. He conseguido completar un largo de la piscina y soy el hombre más feliz de la Tierra. Miro los escaparates sin comprar nada de lo que está expuesto y soy el hombre más feliz de la Tierra. Consigo perder un kilo de peso con una dieta experimental y soy el hombre más feliz de la Tierra. Se te olvida besarme por la mañana, y pierdo en un segundo toda esa felicidad.

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    El elemento clave de la gobernanza consiste en establecer, según los casos, quiénes serán los agentes de la opinión y de la decisión: cuándo los concernidos, cuándo los expertos, cuándo los gobernantes y cuándo la totalidad. Hurtar la capacidad de intervenir al que entiende sobre algo que le afecta resulta tan lesivo como permitir que cualquiera resuelva sobre cualquier asunto.

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    Requerimos un deseo enorme de comprensión y ofrecemos a cambio una severidad intransigente al que nos incordia con sus penas. Necesitando, ávidos; confortando, estrechos.

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    Mis días son cristales de sal común sobre una capa de hielo cada vez más fina.

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    Solemos guardar una reserva amplia de intachables que, de una u otra forma y en distintos momentos, se van desprestigiando. Al final ya casi ninguno merece nuestra admiración. La vejez nos enseña a poner pegas donde en la juventud poníamos elogios.

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    El escritor minoritario se conforma con el aprecio de un público selecto. Quiere admiradores admirables.

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    Inconcebibles estos libros mojados por el agua del río. Han perdido la flexibilidad de las páginas impresas y ahora tienen la acartonada consistencia de los objetos ridículos. Las manchas mohosas avanzan como una gangrena. Su sabiduría se esfumó con el vapor de la indiferencia. Duele verlos así de maltrechos; a ellos, que ofrecían el papel de sus hojas para que se deslizara la piel de mis dedos.

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    Considero algo anómalo que durante el colectivismo medieval se guerreara muchas veces utilizando combates singulares y que durante el individualismo moderno la táctica militar prefiriera los batallones compactos. Cualquiera diría que no coincide la temporalidad de lo bélico y lo ideológico.

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    En las situaciones extremas, un retroceso evolutivo puntual nos equipara a nuestros ancestros para que prioricemos la supervivencia. Ante un incendio, responder como un cavernícola trae más cuenta que hacerlo como un apoltronado informático actual.

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    El cuerpo nos encierra. Nacemos con él y morimos por culpa de él.

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    Nadie se atreve a contradecir a la noche por si reclama venganza a los constructores del universo. Ella posee en sus resquicios un caldero con restos de desorden y propaga entre sus adeptos la invisibilidad de los rincones. No la cantan los poetas ni la temen los niños ni la esperan los chaperos. Lo único cierto es que dentro de sus salas sin paredes la visión se entinta de negro.

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    No hay nada más abyecto que un poder estetizante e inhumano. Recrearse en la belleza cuando alguien sufre colapsa mi capacidad de comprensión. De las muchas monstruosidades que realizaron los nazis en los campos de exterminio, una de las peores fueron esas orquestas cuyos integrantes eran los propios reclusos. Una música hermosa que sale de unos instrumentos tocados por personas dolientes para unos oficiales insensibles a los padecimientos ajenos y sensibles a, por ejemplo, los quintetos de cuerda de Beethoven. La completa transgresión.

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    El tecnocapitalismo informacional es la nueva utopía del fin de la utopía. Ayer escuché en una entrevista que un inversor de Silicon Valley afirmaba que ellos conseguirían cambiar el mundo. Para esta élite, el lanzamiento del nuevo Iphone tiene más capacidad de transformación que la toma de la Bastilla o que el asalto al Palacio de Invierno. ¿Las preferencias del consumidor sustituirán a las reivindicaciones de los sublevados?

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    La lengua pegajosa y áspera de la vaca vieja lamiendo a un ternero que no es el suyo y que se resiste a mugir como un adulto. La lengua pequeña y tierna de un gatito recién nacido que busca los pezones de su madre porque no sabe que en media hora lo ahogarán con sus hermanos en el agua fría de un río sucio. Tu lengua, con textura de anguila y movilidad de reptil, dentro de mi boca. Ese trozo de carne fonética o erótica.

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